Spider-Man: Homecoming, de Jon Watts

23 agosto, 2017

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La época de superhéroes que vive actualmente el mundo del cine surge con fuerza a inicios de este siglo con dos trilogías que compartieron una característica tercera parte fallida: X-Men y Spiderman. Ambas han sido reseñadas con anterioridad, pero valga la referencia para hablar de la popularidad del héroe arácnido no solo en los cómics, sino también en el mundo audiovisual, incluyendo aparte de hasta cinco adaptaciones cinematográficas en apenas tres lustros, varias series animadas que gozaron o gozan de un éxito dispar, pero siempre contando con la atenta mirada de sus seguidores.

Ahora el increíble hombre araña ha regresado a las manos de Marvel gracias a un acuerdo logrado con Sony para formar parte del universo cinematográfico que han erigido en los últimos años con gran acierto de taquilla y una buena recepción crítica en general. Así ha llegado a nuestras pantallas un nuevo reinicio cinematográfico con el título de Spider-Man: Homecoming (2017).

A los mandos de la película encontramos a Jon Watts (1981), director aún poco conocido que tan solo tenía en su haber dos largometrajes dirigidos: Clown (2014) y Coche policial (2015), ambos de argumento semejante en cuanto a la intriga, la primera en el género del terror y la segunda en el de la road movie. A raíz de su afición por el cine de los ochenta y como fan del superhéroe arácnido, Jon Watts plantea esta versión en un tono adolescente que nos recuerda a ciertas historias ochenteras en torno a la figura del nerd, algo que se plasma incluso en los créditos finales, sin olvidarnos del homenaje inicial a la música de la serie animada de los sesenta y ciertos guiños a las anteriores versiones de Spiderman en el cine.


De esa forma, tenemos a un joven Peter Parker (Tom Holland) al que seguimos en sus primeros intentos de convertirse en un superhéroe. Su carácter juvenil le lleva a actuar con ganas para ayudar a su ciudad, Nueva York, mientras le va restando tiempo a su vida académica y personal de adolescente normal. Sus ansias por conseguir la atención de su mentor y de los Vengadores provocará que se inmiscuya en un negocio de armas y tecnología muy avanzada surgida desde el ataque alienígena de los chitauri, sin medir las consecuencias de sus actos o las vidas que quedarán afectadas. Sin duda, se trata de un adolescente bienintencionado, pero torpe. Capaz de mostrarse perspicaz y buena chispa humorística como Spiderman, pero que como Peter muestra cierta ineptitud social e inexperiencia en el mundo de los héroes. Todavía es un muchacho inocente demasiado inocente para el mundo en el que se está adentrando. A la vez, no deja de sentirse como un niño abandonado por Iron Man (Robert Downey Jr.), a quien ve como el guía para convertirse en el héroe que cree que podría ser.

Todos estos elementos se entremezclan para dejarnos uno de los mejores retratos del personaje en el cine sin necesidad de centrarse en sus orígenes o añadir un exceso de tragedia. Ahora bien, podemos notar cómo falta cierto carácter trascendental, sobre todo cuando el tema de fondo de la película es la cuestión del superhéroe y qué supone serlo y merecer tal nombre. Si bien tendremos varias escenas serias muy bien planteadas, como un excelente diálogo entre el Buitre y Peter Parker digna de un buen thriller o el clásico anticlímax en el que el protagonista sufre una crisis y debe asumir su deber como héroe frente a la adversidad, nos parece insuficiente frente al exceso de humor repartido entre prácticamente todos los personajes, pudiendo llegar a resultar cansino. Es más, otro de sus defectos es la ausencia de conflictos secundarios relevantes o meramente interesantes, dado que el resto de personajes del plantel, a excepción del antagonista, están vacíos o son estereotipos y clichés que solo sirven para aportar el perfil justo o la frase necesaria, sin más.


Ahí tendremos el interés romántico del adolescente, Liz (Laura Harrier), el simpático amigo aún más friki que el propio protagonista, Ned Leeds (Jacob Batalon), el rival o matón descafeinado en todos los sentidos, Flash Thompson (Tony Revolori), incluso la compañera de clase excéntrica y crítica que estará habitualmente pendiente o cercana al protagonista, Michelle Jones (Zendaya). Ni siquiera faltará la figura del mentor en Iron Man, la del profesor enrollado o una tía May (Marisa Tomei) más juvenil, alegre y alocada, en el rol de madre cercana y laxa. Por cierto, sin mención alguna al tío Ben o a su muerte, ni parece que haya ninguna necesidad.

Por contra, debemos alabar el desarrollo de un villano creíble gracias a un Buitre (Michael Keaton) que se inserta a la perfección en la lógica del universo cinematográfico y que se nutre de los acontecimientos anteriores para dar verosimilitud a su maldad. Estamos ante una especie de gángster moderno que se autojustifica en el porvenir de su familia sin atender al daño que está causando a su alrededor, llegando a ser tan astuto como despiadado. Cuando Spiderman comience a inmiscuirse en su camino, será el momento en que su rivalidad se convierta en algo personal, pero con un fondo de cierto honorabilidad, como comprobaremos en la secuencia de los créditos.


Toda la trayectoria del villano prosigue la línea de lo ya visto en anteriores películas de la franquicia: el efecto negativo de los actos de los Vengadores. Resulta relevante mencionar la importancia que tiene mencionar el universo cinematográfico que ha creado Marvel y donde se introduce este personaje gracias a esta película. A diferencia de otras versiones cinematográficas del personaje, este Spiderman vive su inserción en un universo que ya ha sido creado antes de su aparición. Quizás por ello, los responsables de la película no han dudado en dar un enorme peso a las consecuencias del resto de historias, lo que le otorga cierto carácter episódico posterior a la superior Capitán América: Civil War (Hermanos Russo, 2016).

Es decir, más que una historia sobre el héroe arácnido, estamos ante la narración de cómo se inserta al personaje en este mundo de Vengadores, invasiones extraterrestres y consecuencias reales, lo que acaba por restarle importancia al personaje en sí frente a la franquicia. Precisamente, estamos ante un cine de empresa, más que un cine de autor, como pudiéramos encontrar en el caso de Pixar, donde cada obra comienza a compararse entre sí por el sello y no por la mano de quien la dirige, quizás con la excepción en este caso de James Gunn (1970) con Guardianes de la Galaxia, sin dejar de estar cortada por un patrón semejante.


Al llegar a este punto, cabe plantearse qué valoración podemos tener de Spider-Man: Homecoming y tan solo sobresale su capacidad para entretener de forma vistosa, su posible gracia, aunque pueda llegar a resultar pesada la acumulación de chistes, su carácter adolescente que gustará a ciertas edades, su giro argumental poco sorprendente para los espectadores más habituados y una realización corriente, correcta, que brilla en ciertas ocasiones. No podemos sentirla más que como una aventura más a las que nos estamos acostumbrando en el panorama Marvel, quizás con una de las mejores y más divertidas encarnaciones del héroe arácnido, sin caer en excesos melodramáticos, pero que no ha tenido una historia tan firme y atractiva como se merecía. Quizás esté por llegar.


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